Aquel mes de octubre, fue como
los octubres anteriores que llegaron ellos a nuestra ranchería, llegaron con la
mañanita y con las últimas lluvias. Mis primas y yo buscábamos y recogíamos
leña para quemarla y hacer con ellas el carbón que después iríamos a vender.
Los sentimos llegar en caravanas de carros. Así como cuando nosotros vamos a
comprar maíz al mercado de Uribia o cuando vamos a cobrar una ofensa. La
diferencia es que ellos llegaron en unos carros que parecían de cristal, todos
nuevos y lujosos, a los que les llaman burbujas y nosotros vamos en el camión
viejo de mí tío, en la parte de atrás, de pie y apiñados como las vacas,
moviéndonos de un lado para el otro, porque el camino está dañado y el puente
que hicieron el año pasado sólo sirvió por dos meses. Ahora nos toca bajarnos
para que el camión pueda pasar sin peso el arroyo y así evitar que se quede
atollado, pero cuando llega el invierno el camión se queda en el Paraíso,
nuestra ranchería, porque el arroyo crece y se lo puede llevar.